Placeres palaciegos
por Luciano Doti
La emperatriz era una
dama de temer. Nadie se atrevía a contradecirla. Al morir su padre, siendo la
mayor de sus hijas, y sin un heredero varón, ella se convirtió en la soberana
de ese territorio. Nunca se le conoció marido, pero era vox populi que en la corte
las costumbres eran licenciosas. Extramuros se mantenía una disciplina marcial,
sus soldados velaban permanentemente para que el pueblo no hiciera lo que su
Señora hacía en el palacio.
Los soldados no sólo debían prestar servicio en las calles,
a veces eran requeridos en el palacio; la emperatriz era quien los solicitaba.
Así pasaban de a dos o tres. Ella era joven, exigente, se le había antojado
conocerlos a todos.
La emperatriz tenía largas y hermosas piernas que uno de los
soldados sabía usar cual bufanda, sobre sus hombros, rodeando su cuello. Pronto
ese soldado ganó un lugar preponderante en la corte, como ministro. Allí lo
miraban con desdén, lo consideraban un mero arribista proveniente de una casta
inferior.
El nuevo ministro no era un gran orador, pero era muy hábil
en el manejo de su lengua.
Etiquetas: cuento, doti, erótico, microrrelato
1 Comments:
Interesante frase final. El relato fue para otro lado. Un lado erótico. Bien planteado.
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