domingo, noviembre 16, 2014

El caballo


por Luciano Doti

El lugar elegido para construir el edificio había sido un cementerio equino.
Los obreros comenzaron a cavar para los cimientos y se encontraron un ojo. El ojo pestañeó.
Sorprendidos, escarbaron con cuidado, y al hacerlo descubrieron un hocico. No había dudas de que era un caballo, el cual se movió como despertando de un largo sueño. Lo ayudaron a ponerse de pie, y se sacudió el polvo presente en su pelaje.
Nadie podía creer lo que veía. Aun en el caso de que hubiera estado vivo cuando lo sepultaron, ¿cómo podía haber sobrevivido bajo tierra?
Uno de los obreros, evangélico, mencionó a los caballos del Apocalipsis.
El caballo salió de allí galopando.

Publicado por primera vez en el Suplemento Hitchcock, de la Universidad de Navarra, 2013.
Relato ganador de concurso Microrrelato de Miedo. Navarra, España, 2013. 

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sábado, noviembre 01, 2014

Ella en la luz

por Luciano Doti

Algunas tardes de agosto traen con ellas una sensación de renacimiento. Con renovados bríos nos invitan a recorrer la ciudad bajo la cálida luz de ese sol tenue, aunque brillante, que nos cobija. 
Caminé sin rumbo durante unos veinte minutos, y es posible que durante un instante pensara en ella; el ver a esas otras damas circulando alrededor mío debe haberme predispuesto a recordarla. También imaginé que si tuviera la oportunidad de intimar con una sola de las damas en cuestión, me olvidaría fácilmente de ella. Pero se hace tan difícil… Es que se dificulta cuando uno no es la clase de hombre que va a entablar una relación profunda con cualquier mujer del montón que le dé oportunidad. Quiero decir, podría tener un flirteo con ellas, una relación ocasional, sexo. Sí, de eso no hay dudas; de hecho, a veces lo tengo. Pero eso no mitiga su ausencia. Lo que extraño de ella son las conversaciones, los intereses en común, incluso nuestros silencios. Eso es lo que resulta casi imposible de recrear.
La plaza se extendía allá, al otro lado de la calle que estaba por cruzar. Unos árboles frondosos y añosos cubrían de sombras la mayor parte. En otros sectores resplandecía el sol. El límite entre sol y sombra era difuso, ya que de vez en cuando ráfagas de viento sacudían las copas de los árboles, ocasionando un movimiento que se reflejaba en el piso. Eso me condujo a recordar una teoría cabalística que dice que el mundo en que vivimos es el reflejo de otros mundos que existen en un nivel más elevado. De igual manera, las sombras sobre el piso son dibujadas por la luz que, viniendo desde arriba, se filtra a través de las copas arbóreas que mece el viento. Claro que lo que llega aquí, a la tierra, no es el modelo original, ni siquiera una copia similar, tan sólo un reflejo vago de lo que sucede arriba.
Con todo, permanecí mucho tiempo ahí sentado, en un banco de esa plaza, tanto como para que el ocaso me encontrara todavía meditabundo con mis cosas. Entonces, bajo la tenue luz de ese crepúsculo de agosto, la vi a ella. 
Se encontraba algo alejada de donde me hallaba yo, pero no obstante, pude divisar su figura y adivinar el resto. Inmediatamente me puse de pie y caminé hacia ese sector de la plaza. Atravesé toda la parte central del espacio verde recorriendo senderos serpenteantes, llenos de bifurcaciones y giros; tanto que al llegar al otro lado, no la encontré a ella. Retomé hacia el centro de la plaza para subsanar mi error y tomar el camino correcto, pero esta vez me hallé envuelto por un bosque lúgubre, atiborrado de árboles frondosos y pájaros gritones. Desorientado en medio de ese inabarcable territorio, giré en rededor mío, sobre mis talones, escrutando el monótono paisaje que me rodeaba. Sintiéndome perdido, miré al cielo buscando respuestas.
Ahora el ocaso era ya historia, una luna fría reinaba en el firmamento, oculta en gran medida tras las ramas que, teniendo en cuenta la época del año, estaban inusualmente tupidas. Caminé un poco más eligiendo cualquier dirección al azar, y así pude divisar un claro. Allí, iluminada por la luna, estaba otra vez ella. Vestía un sencillo vestido blanco. Su piel lucía también blanca como la leche. Sus ojos negros estaban opacos. Su mirada era desangelada. Me acerqué a ella presuroso, casi corriendo, pero se evaporó en el aire. Cómo, es un misterio. De alguna manera debo haber quebrado la línea de espacio-tiempo para traerla a ella de regreso en ese lugar; pero al acercarme, la realidad palpable triunfó sobre la etérea. 
¿Acaso existe una manera de crear una realidad diferente a la que habitamos a diario? ¿Era yo capaz de inventar con la mente un agujero de gusano por el cual viajar en el tiempo? De ser así, ¿me encontraba yo en el pasado o la había traído a ella al presente? ¿Pueden nuestros pensamientos materializarse?
Ella se veía real, sus apariciones habían sido lo suficientemente reales; al menos, yo sentí como que ella estaba ahí, frente a mí. La emoción que experimenté al verla había sido concreta, con esa sobredosis de adrenalina, o endorfina, o qué se yo…
El lugar, la plaza, ya no era tal, aunque conservaba reminiscencias de ella mezcladas con aspectos de otros lugares; era un mix bastante particular, como sólo algo creado por la mente de uno puede serlo. La plaza se había convertido en un no-lugar, donde convivían imágenes del pasado y del presente, y laberintos imposibles, y una bella joven que, a pesar de estar muerta, se mostraba radiante desafiando las reglas de la física.
Dicen que ser una persona digna de recordar es una manera de alcanzar la inmortalidad. Esa noche, bajo la luz de la luna, juzgué que ella la había alcanzado. 

Publicado por primera vez en la audio-revista Conviviendo, 2013.

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