jueves, agosto 25, 2011

La paloma negra

por Luciano Doti

La tarde de un lunes cualquiera, Claudio sale a caminar, recorre algunas calles, conocidas por él, y se pierde en un entramado de ellas.
Luego de dar vueltas, giros y contragiros llega a una plaza. La misma está desierta, entonces se sienta en un banco y el frío comienza a helarle la sangre.
Así que, decide tomar alguna bebida de alta graduación alcohólica. Casi sin pensar, se desplaza por una de las arterias de ese barrio, que no vale la pena identificar, sobre todo teniendo en cuenta lo que va a suceder después. La cuestión es que al llegar a la puerta de ese bar, del cual no tiene conocimiento previo, ingresa, se sienta en una mesa junto a la ventana y pide su espirituosa bebida; ginebra para mas precisión.
Después de un rato bebiendo de a sorbos ese veneno, su cuerpo se calienta y queda en un estado de ensoñación. Unos ruidos le llaman la atención; es una paloma negra, que utiliza su pico como una herramienta para embestir insistentemente contra el vidrio de la ventana; luego se vuela, y la mente de Claudio vuela con ella.
En un instante se halla conduciendo una lancha; ahora no se trata de un entramado de calles sino de ríos, pero otra vez esta perdido. El lugar es algo así como el delta del río Paraná, sólo que los cursos que recorre se llaman Flegetone, Cocito y Aqueronte. Adelante y en lo alto, en vuelo triunfal, lo guía la paloma negra, y el la sigue detrás hasta el fin.
La paloma se posa sobre una rama de ceibo en una isla, con su pico señala hacia abajo. Claudio amarra la embarcación en la orilla y salta a tierra firme, al caer sus pies se hunden en el lodo; luego enciende una fogata porque el sol esta en su ocaso y la noche avanza; después se sienta bajo la atenta mirada de la paloma.
Cuando la oscuridad ya le gano al día y sólo el fuego, único punto de referencia, brilla en el sitio, hace su aparición un espectro; el mismo le indica a Claudio que debe hacer una ofrenda a su líder. La ofrenda consiste en cavar un pozo y arrojar en él: primero leche y miel, después vino, y para terminar agua y harina; luego debe sacrificar a la paloma negra y ofrecer su sangre a los espectros para que se materialicen.
Uno de los espectros se acerca a Claudio, éste duda durante un instante si ofrecerle o no la sangre. Finalmente extiende su brazo y el espectro bebe. Luego de materializarse habla:
-En esta isla vagamos los insepultos, condenados a deambular por aquí eternamente hasta que alguien se apiade de nosotros -Claudio cree reconocer esa voz, pero lo deja continuar su relato sin interrumpir- Hace pocos años que abandoné el mundo en el que aún tu habitas, pero largo período paréceme a mí. Yo fui amigo tuyo en la infancia, por eso te pido que busques mis huesos en un lugar que te indicaré y les des sepultura, sólo así podré cruzar a la otra orilla y continuar mi viaje hacia el Hades.
"En la otra orilla", repite mentalmente Claudio, como un eco de la voz del espectro. Después deja por un momento a su fantasmagórico amigo y se acerca a la costa, un poco más allá divisa a una embarcación; la conduce un viejo. Una vez que Claudio está junto a él, el viejo ataviado con un andrajoso manto se apea, para que su pasajero pueda subir. Luego dice:
-Mi nombre es Caronte, me envían para que te muestre la isla de los muertos. Esta noche te será revelada la verdad. Siempre te has preguntado por estas cosas y no hallabas el modo de averiguarlas, hoy has abierto la puerta.
El viejo comienza a remar. Claudio en silencio acepta el derrotero propuesto por ese desconocido. Cuando por fin llegan a la otra orilla, el viejo le indica que descienda con un ademán de su brazo derecho. Claudio obedece y camina hacia el interior de la isla.
Silencio, se siente observado, ¿pero por quién? Allí no hay nadie. Nadie que sea perceptible a sus sentidos; todos ellos tan terrenales que le resultan inútiles en ese lugar. El aire es tibio. El cielo negro, decorado con pequeños brillos de metal. Está solo, pero se trata de una soledad que se siente, casi se la puede tocar. Se da cuenta que ha alcanzado un estado diferente, algo desconocido para él. Recuerda lo que le ha dicho el viejo que lo trajo hasta allí: ”esta noche te será revelada la verdad”.
El miedo del principio deja lugar a una curiosidad voraz. Se sorprende el mismo cuando se ve avanzando más. Un grupo de árboles frondosos le bloquea el panorama. Él continúa su recorrido. Ya está cerca de conocer todo, detrás de ese cordón de árboles está la verdad. Se introduce en ellos. Una rama le roza el hombro.
-Señor, se quedó dormido, tenemos que cerrar -dice el mozo del bar, palmeándole el hombro.
Claudio abona la cuenta y se va, está tan ebrio que no reconoce el camino que toma. Además, el sueño que tuvo le ha dado más confusión. No puede distinguir el sueño de lo real. Pero, ¿y si no fue un simple sueño, si se trató de un mensaje revelador?
Uno se pasa la vida soñando, pero hay algunos de esos sueños que se los pueden sentir. Es una sensación como la que Claudio experimentó en la isla de los muertos, un sexto sentido que se activa por desdoblamiento.
Cuando Claudio me contó esto, fuimos juntos a ese barrio que no vale la pena recordar; habíamos llegado a la conclusión de que en ese bar se hallaba la puerta hacia otra dimensión, pero, por más que dimos vueltas, giros y contragiros por ese entramado de calles, no lo pudimos hallar. En un momento, Claudio creyó reconocer el local, preguntamos, pero nos dijeron que allí jamás hubo un bar.

Publicado por primera vez en la antología Terreno Literario, tomo 2, Editorial De los Cuatro Vientos. Buenos Aires, 2005.

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